18 de octubre de 2011

Tenía algo que decir...

Y el eremita vuelve a estar solo. Bueno, yo vuelvo a estar solo y el eremita sonríe. Está a gusto con la soledad recuperada, con la posibilidad de hacer lo que le venga en gana. Le digo que "no", que no puede hacer todo lo que quiera. Se ríe, ya no sonríe, se ríe a carcajadas. "Claro que puedo hacer lo que me venga en gana. Podemos irnos a tomar un café, a leer a solas, a ver una película, a caminar de nuevo estas calles grises y misteriosas como un personaje solitario, puedo sonreirle a quien quiera, puedo colgarle el teléfono a quien me provoque, puedo revolcar otra vez todo... es que no te das cuenta, no se dan cuenta ustedes, los otros habitantes de Andrés, cuanto necesitamos revolcar todo, cuanto necesitamos que las estructuras se sacudan y se muevan con la fuerza de un terremoto... vos seguís impávido, Andrés, esperando no sé qué cosa, que manía esta de esperar. No hay nada que esperar. Ahora o nunca, brinca o camina, sonríe o llora, pero no esperes. El más allá no existe, ni siquiera ha sido conjurado y vos lo andás esperando. No esperés nada más, soltate, sacudite, bailá, volvé a sonreir con la libertad de siempre, con esa alegría que contagias, con esa fortuna de saberte todo tuyo... Jajaja... todo nuestro, todo tuyo". Eremita insondable. Me sacás lágrimas ahora que te dejo hablar. ¿Por qué tenés tanta razón cuando te dejo intervenir? ¿Por qué?