25 de noviembre de 2009

No sé por qué no escribe...

Anoche conversaba con mi profesora de teatro acerca de Sergio y su incapacidad de escribir. Para los que no identifican de inmediato de quién estoy hablando, les recuerdo que se trata del escritor protagonista de mi cuento tres veces tres hasta tres veces. (Si leyeron pueden continuar, de lo contrario lo hacen bajo su propia responsabilidad, cumplo con avisar). Ante el amor, ante la enfermedad de Diego, el joven con el que vive, no encuentra la salida de su bloqueo escritor. Sé que tiene que ver su historia, sé que su padre tiene que ver, sé que el padre tiene que ver (no son el mismo), sé que el tres veces tres está intrincado, sé que de todo esto se desprende algo, o no se desprende, sino que se anuda, se enreda, se entrelaza. Pero no sé por qué no puede escribir.
¿Que por qué estaba hablando de eso con mi profesora? Porque en el grupo de lectura y escritura que quiero conformar, me voy a proponer el proyecto de transformar el cuento en un monólogo. La profe me puso una tarea: Has una genealogía, quién es quién en esa historia. Y de ahí he de partir: quien es la madre, quien el padre, quien la esposa de su padre, quien el padre ovidio, quien constanza, quien diego, quien el psiquiatra, quien el vendedor de la tienda, quien cualquier otro que se aparezca entre los pliegues de la historia.
Creo que esta historia va a crecer... me da algo de susto. Quiero darle su voz a cada uno de estos personajes, pero me da un tanto de susto lo que puedan decir. Hasta el momento solo tenia el juicio de Sergio pero ellos pueden verlo todo de una manera muy diferente... y en el camino, conociendo a cada uno, tendré que escoger si es Sergio el que se cuenta u otro de los que se encuentran en su constelación.
Es un trabajo arduo y emocionante el que me propongo... Sergio, donde estás, sal de ahi, toma mi mano y dejame entrar!!!

24 de noviembre de 2009

9 de noviembre de 2009

Choque de dos palabras

El eremita enredado en su piel, se mueve, convulsiona, se ahorca.
Al instante la tensión se libera. La piel palpita, espera los contactos.
Se sugestiona, se llena de sentidos ajenos, se trastoca, va y viene.
El eremita, piel sin freno, dulce consuelo cuando el mundo parece agotarse.
La ciudad se parte y los pasos de él, testigo nocturno de la acechanza de los entredichos de las palabras, resuenan en un eco místico que abre senderos por los andenes, el caos, las calles, las otras pieles.

La piel enredada en su eremita, se mueve, convulsiona, se ahorca.
Se duele, recuerda, llama a sus muertos, esos que ayer la tatuaron, esos que hoy están huecos.
La piel, eremita al descubierto, se mira al espejo, se sobresalta, se sacude,
se sorprende.