12 de enero de 2010

Es-critor

Entonces llega uno a sentirse tan colmado de literatura, que como dice un escritor que estoy leyendo a través de su blog, se hace necesario escribir. Estoy lleno de palabras y de ideas. Toda una tarde sumergido hasta la coronilla en la laguna del lenguaje me tiene excitado. Estuve muy lejos del cuaderno, del computador, de las servilletas, de los recibos de pago, algo en lo cual escribir aunque fuera unas líneas.
Ahora me siento arrobado, como si todas la ideas posibles de ser escritas a raíz de mis viajes por El muno de MIllás, Punto y aparte de Calvino, Geografía de la Novela de Fuentes, Versos satánicos de Rushdie citado por Fuentes (porque el recuerdo de la lectura se actualiza como si de nuevo tuviera la novela entre mis manos), Calvino visitado por Fuentes y las Ciudades invisibles de Calvino, como vengo diciendo, tal como si todo lo que ha devenido en formas, imágenes y palabras durante la inmersión pugnara de manera grosera por salir. Las ideas se agolpan como espectadores al abrir las puertas del estadio, todas quieren salir primero, entrar, pero finalmente ninguna consigue hacerlo a ciencia cierta, se derrumban unas sobre otras, hacen un tapón y el espectáculo es suspendido en medio del temor de la estampida.
El Mundo es un libro maravilloso. Por lo menos, así ha resultado para mi, lleno de provocaciones, de nuevas imágenes, ejercicios literarios que en este momento tengo deseos de conocer, he de leer a Millás en sus novelas, he de visitarlo en las otras habitaciones de su hotel para solitarios.
Igual que Calvino, que en lugar de repetirse cada vez siento que se abre más y más, como si hubiera partido de un firme tronco de sus ideas que constituía un "simple" ensayo y de repente he empezado a encontrar su continuidad, sus ramas, sus vertientes.
Vuelvo a casa. ¿Seré escritor? Mientras elaboro este texto puedo ver-me en el espejo del tocador que hay en la habitación: estoy sentado con las piernas cruzadas, el computador en mis piernas, sobre la cama de mi madre que aún no llega del trabajo. La luz está baja. Mi hermana espera para que veamos una película de horror que me pidió que bajara por internet. En mi cabeza una pregunta insiste: ¿Soy escritor? ¿Escribiré una novela? Mi abuela termina de servir la comida, guardando de una vez el poco que se destina para el día de mañana. El hombre imprudente debe estar finalizando su jornada. ¿Soy escritor? Recuerdo las palabras, los hurras, las motivaciones de quienes me rodean y confían en mi posibilidad de escribir. Quienes han leído y han disfrutado de mis narraciones. ¿Escribiré una novela? Y es que con las lecturas, alimento del escritor, voy redimensionando la novela como objeto de esta postmodernidad y me llevo a preguntar lo que es. La novela como un artificio construido a punta de oficio. Perpetuidad perenne del esfuerzo permanente por escribir una historia que se conecte con las otras historias y la Historia, no sólo la de ahora, sino como lo dice Fuentes hablando de Calvino, con la HIstoria Futura. Conectado con el mañana que aún sin levantarse en el horizonte, toca profetizar.

¿Soy escritor?

¿Escribiré una novela?

¿Y qué me falta?

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Porque siempre se tendrá algo por decir... no?