
Por estos días, la ciudad del caos exhibe una de sus últimas hazañas: Paro de transportadores. ¿Cómo es posible que la ciudad del caos pueda tener una dosis mayor de caos? Invite a los transportadores a iniciar un paro sin previo aviso y que se extienda por más de 24 horas para ahondar las brechas. A eso añádale otros ingredientes: páguele de diez en diez mil pesos a jóvenes influenciables que se dediquen a armar camorra, suspenda la medida del pico y placa, permita que particulares presten servicios de transporte colectivo y no suspenda funciones en los lugares de trabajo mientras se determina que los colegios y jardines infantiles del distrito cierren sus puertas hasta el lunes próximo. Con todo ello, queda un delicioso, suculento e hirviente día caótico en esta ciudad.
Por fortuna (o no?) no estoy trabajando, lo que me ha permitido permanecer en casa. Observar ese caos desde la pantalla plasma de mi televisor, por la ventana al levantar la cortina o al caminar, como hice ayer y hoy, sobre la carrera séptima con motivaciones personales (ayer asistir a una conversación muy importante con un amigo, hoy realizar pagos al sistema bancario que muy dadivoso nos ofrece sus servicios). La gente se observa un tanto desconcertada, sobretodo aquellos que deben llegar a sitios que no alcanzaran como yo, paso a paso.
Eso si, sin negar que comprendo la dimensión traumática de la ciudad, las calles se ven aliviadas sin los buses, sólo taxis y particulares son un respiro para una ciudad permanentemente atosigada de carreras de centavo, moles atravesadas que generan accidentes y bloqueos y pitones permanentes por la detención a recoger un pasajero cualquiera en un punto cualquiera sin importar las consecuencias de movilidad. Es un alivio, insisto, salir a caminar y no sentir el mismo ruido, creo que si midieran los decibeles, se darían cuenta que el aparato marcaría bastante más abajo que en un día habitual.
Por último, para terminar esta entrada (ahora que recuerdo iba a escribir sobre dos encuentros: el de ayer con mi amigo y el de hoy con unas clientes), me acabo de acordar de un ingrediente superimportante para el aumento de las dimensiones del caos: solicite al alcalde mayor de la ciudad del caos que no se pronuncie, ni aparezca, ni haga sentir segura a la ciudadanía, ni sea realmente enfático, ni explique a la ciudadanía el problema, ni se haga presente... pídale que se esfume, que parezca un triste fantasma mudo, que solo salga 72 horas después a determinar unas medidas concretas, a hacer "realmente algo".
Ese ingrediente le da un toque que usted no espera: Caos al tope.
P.d: Cuando uno se encuentra ennoviado pero se siente muy solo porque espera del otro compañía y no llega. Es más fácil no tener novio y asumirse solo, no esperar esa compañía, saber a qué atenerse. Bien, es tal cual lo que ocurre en este momento: Como ciudadano considero que la ciudad del caos tiene un Alcalde y espero de él, el ejercicio de su autoridad. Ja Ja Ja. ¡Que doble soledad tan hijuemadre!