16 de junio de 2012

Dos o tres

- Y ahora qué querés decir?
- Nada. Es inquietante cómo has retomado viejas costumbres y has conocido nuevas prácticas. Cada uno ha traído su legado y lo has disfrutado.
- Si, demasiado, a veces quiero censurarte.
- No podés. Te pongo la voluptuosidad a los pies y vos la tomás, no podés evitarlo, te empujo para que posés tus labios en los de cada uno y sé que, en ese momento, estás perdido.
- Te hago fuerza, eremita. Intento dejarte atrás.
- Pero qué necesidad tenés de luchar conmigo. Entregate. Dejate ser. La vida no sólo es el discurso anquilosado de tus miedos, sino la libertad de poner en juego el riesgo. Vos dejate avanzar por entre las ramas, por entre las piernas, por entre los atardeceres, por entre las miradas, por entre los tragos, por entre las tonadas, por entre las sonrisas, por entre...
- Ssssshhhh... por entre tus laberintos en que te gusta dejarme perdido, no?
- Si no es perdición, es rendición. ¡Rendite! No vale la pena. Has silencio tu... vuelve a escribir, a leer, a follar, a tomar, a reirte a carcajadas, liberate, que bastante que te has jodido.
- No sé... te abrazo, sin remedio.
- Y yo a vos, no te quiero matar. Solo ponerte a vivir de nuevo, una vez más.

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Porque siempre se tendrá algo por decir... no?