31 de octubre de 2009

Mudanzas 10

17 de Abril de 2008: La caja oscura

“- Soy una mujer común y corriente. Nunca pretendí ser otra cosa”

Naomi Watts, The painted veil

(Mala traducción: Al otro lado del mundo)


Hoy, como hace mucho no lo hacía, fui a cine solo. Llegué a casa con una sonrisa entre los labios, con un tararear y con la cabeza centrada en los campos que los paisajes, aparentemente orientales, mostraban al espectador de la sala. La película se llama The painted veil - como cosa rara tiene una traducción de espanto: Al otro lado del mundo -, se trata de una pareja que va descubriendo el amor entre ellos, después de haberse casado: él con la esperanza de que ella lo amara algún día y ella con la esperanza de huir de los lazos familiares que empezaban a ahorcarla. Sé, la trama no es novedosa, pero la manera de contarla es grata, entretenida...

No voy a entrar en más detalles porque no quiero tirármeles la película y porque lo realmente importante no es qué me vi en el cine, sino que fui a él. Salí de mi oficina, caminé sobre la 7 que a esa hora, 5:30 p.m., se encuentra llena de carros en ambos carriles hacia el norte y atestada de transeúntes, sobretodo universitarios, que van en todas direcciones y con agitación.

Esa es una de mis sensaciones preferidas en esta Ciudad del Caos, caminar lentamente mientras los ciudadanos caminan presurosos por las aceras, unas más angostas que otras, pero todas llenas. Entre las 5 y las 7 de la tarde, los habitantes de esta ciudad parecen hormigas a las que les has pateado su nicho, alborotados van de un lado a otro, sin aparente rumbo, tropezando, encontrándose de frente con los otros, sin mirarse siquiera el rostro, la mayoría de ocasiones… dicen que es el mal de las grandes ciudades y aunque la experiencia de Buenos Aires me tumbó muchos mitos al respecto, no entraré a argumentar, ni a discutir aquello ahora…

Decía que caminé por la 7, bajé por la Calle 72 y arribé al Centro Granahorrar, donde existe una costumbre subterránea entre los hombres homosexuales: encontrarse en los baños y hacer de distintas formas “quicklies”; inevitable que mientras ingresas te topes con dos o tres que miran buscando aquello que no se les ha perdido y con ansias de encontrar un intercambio pasional en cualquiera de los pisos, en cualquiera de los orinales o cubículos con inodoro, ¡Que desastre!

Bueno, en Granahorrar fue que ingresé al cine. Me tomé un tinto antes, leí mi libro de Eco, me compré un cubo mediano de crispetas – o palomitas de maíz – sólo para mí e ingresé en la oscuridad de la sala, sabiendo que me aventuraba a un viaje de dos horas… cuanto lo disfruté. No experimentaba ese inundarme de historia hace mucho, ese introducirme en vida ajena a través de un lente, ese contemplar la imagen en un goce solitario y pleno de los colores, las formas y el sentido narrativo que puede tener. El lagrimear con una escena conmovedora, el percibir el crecimiento de los personajes en la historia, el reirme de las situaciones paradójicas, el recordar, con la película en sí y para ser más exactos con palabras de la protagonista: "es que los seres humanos somos complejos, nos equivocamos y cometemos errores"... la humanidad a través de la construcción de un universo simbólico encerradito en un rollo de 8 mm. El cine.

¡QUE VIVA EL CINE! - ya que Andrés sólo lo dijo de la música -.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Porque siempre se tendrá algo por decir... no?