31 de octubre de 2009

Mudanzas 20

23 de Julio de 2008: Me visitas...

Sobre las tablas descansaba mi cuerpo sudoroso y caliente en contraste con una de las noches más frías de la última semana en la Ciudad del Caos. Sentí el peso completo de mis músculos y huesos y el profesor me invitó a cerrar los ojos. Empezamos a visualizar, guiados por su voz, un cielo estrellado y nocturno mientras lentamente nos elevabamos del suelo, superábamos el techo del teatro y observabamos la ciudad desde las alturas. Nos propuso jugar, dar piruetas, ir adelante y atrás y fue inevitable que sonriera, que me regocijara en la solo posibilidad de hacer semejante alboroto en mitad del Cielo de la Ciudad del Caos. Un deleite para los sentidos.

Sobrevolamos la ciudad mientras el amanecer cubría las figuras rígidas de los edificios de muchos pisos. Buscábamos una pradera larga en la cual debimos volar en balanceo hasta dejarnos tumbar en la hierba. Entonces debimos cerrar los ojos y encontrarnos con alguien más, según nuestro guía alguien a quien quisiéramos mucho, a quien amáramos, y tal vez por la conversación de un par de días atrás, tal vez porque te quiero ver hasta en sueños, tal vez porque estás aquí aunque estés allá, o tan sólo por la nostalgia, extraña hechicera, llegó justo tu recuerdo en primer plano mi Danae, te veía venir a lo lejos, con uno de tus bolsos, tu pelo negro suelto, transitando en suaves pasos una de las avenidas de Buenos Aires. Debimos abrazarnos y lo hice con fuerza, tratando de materializar la visión, intentando asir entre los brazos el recuerdo de un justo apretón de los que me diste el año pasado cuando te visité o este año cuando viniste a mi aposento, buscando capturar algo de ti en ese encuentro sólo presente en mi pantalla interna... sin embargo lo percibí vívido, tu sonrisa, tu frescura, tu deseo de tomarnos un café en cualquier cafetín de Callao o Corrientes y entonces debías sacar de tu bolso una esfera luminosa, pequeña, color magenta y entregármela. La tomé sonriendo, agradecido, entre mis manos y me ordenaron que debías desaparecer para retornar a la pradera y yo no quería, no te quería dejar ir, por fin te tenía de nuevo cerca, te olía, te escuchaba respirar, te podía decir mirando tus ojos profundos cuanto te quiero, pero la orden fue mandato, debías desaparecer y en medio de una bruma, que no sé de donde saqué, te fuiste desvaneciendo hasta quedar solo, el eremita con una esfera magenta luminosa, que posteriormente debí introducir en mi ombligo... pero lo que quedó en mi cuerpo fue la sensación grata de una de tus maravillosas visitas a conversar sobre la vida, el amor, los hombres y la tristeza.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Porque siempre se tendrá algo por decir... no?