11 de octubre de 2009

Un recuerdo de grado

Cuando me gradué de la universidad, mis más queridos amigos del momento organizaon una celebración que aún recuerdo con mucho cariño. Mi apartamento fue invadido con sillas rimax blancas, girasoles de todos los tamaños, afecto caluroso de invitados especiales y un trío musical, que al final de la noche me enredó en sus sonidos.
Hubo un evento que tuvo particular efecto sobre mi ánimo y, por qué no decirlo, sobre la percepción que tenía sobre mí. Una de mis mejores amigas decidió, con alevosía e intencionalidad, hacerme un regalo inigualable. Con la complicidad de mis otros amigos, realizó un video titulado "Mi encuentro con el eremita". Uno a uno entrevistó a quienes me rodeaban y les preguntó cómo me habían conocido, que circunstancias rodearon nuestro primer encuentro, mientras los tomaba en video.
Fue emocionante sentirme reconstruido desde el relato de esos otros. Algunos consideraban primer encuentro el que para mí fue el tercero o el quinto; algunos recordaban encuentros anteriores al que yo creía que era el primero; y unos más recordaban lo que en mi había devenido en olvido.
Los momentos que narraron no tenían continuidad temporal, eran "flashes", extractos de nuestras vidas que ponían entre paréntesis para responder a la cámara, lados del poliedro que soy, como diria Paula Perez Alonso, ese poliedro que gira y muestra una y otra faz. Ello se iba asemejando a fotos de mi vida. Cada uno conocía al eremita o a mi, Andrés, en un momento diferente, pero se referían, quizá, al mismo... también estaba entre sus palabras Balthazar, por ejemplo, sin que ellos lo supieran.
El momento cumbre llegó minutos después en el mismo video. Con plena estrategia, mi amiga se puso de acuerdo con quienes compartía mi apartamento para sacar a hurtadillas, de mi habitación, el registro fotográfico de mis primeros 24 años de vida. Mis fotos, que no son pocas por mi apasionamiento en la captura de los momentos en imágenes, estuvieron fuera de mi apartamento durante una semana sin que lo percibiera.
Armando pequeños grupos con ellas, por edades y momentos, mi amiga me conoce suficiente para identificarlo, hizo collages con frases alusivas y los filmó como cuadros que resumieran mi vida y se fueran deconstruyendo ante mis ojos, no recuerdo si desde bebé hasta ese momento o a la inversa. En el video se sucedían unas imágenes tras otras hiladas por la música de Amelie, película sensible con la que me identifico fácilmente - ella también lo sabía, ggrrrr -.
La emoción no se hizo esperar y la sensación irrepetible, has este momento, de unidad, de ser continuo, de sentir que mi cuerpo era el mismo a lo largo de esas dimensiones del espacio y el tiempo, ese momento en que sentía que todos esos que había sido eran uno, el mismo, yo, se abocó en lágrimas incontrolables que decían todo aquello que callé. Chillé, berrié, lloré de manera desgarrada y en una mezcla, aún oscura, de sentimientos incomprensibles.
Ante el fin del video, me llevaron a mi habitación, no recuerdo quienes. Con la almohada en el rostro, tumbado en mi cama, me descaré, hasta que al fondo empezaron los compases del trío musical que llegaba como otro regalo sorpresa. Alguien, no recuerdo quien, me alcanzó papel para secarme los ojos y sonarme los cables cruzados.
Mientras caminaba por el corredor, hacia la sala, apoyado en ese alguien (¿o eran dos?), que aún no tiene rostro, empezó el cantante a versar "de qué callada manera, se me adentra usted sonriendo" y me dije, con la antepenúltima lágrima que rodaba por la mejilla, de qué callada manera, de cuál...

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