14 de octubre de 2009

Onces de domingo

Se trata de encontrar algo sobre lo cual escribir para permanecer en el ejercicio, en el intento de sudar la pluma. Termino sudando las neuronas, piense y piense sobre qué escribir. Qué merece ser escrito en este momento de mi vida. Y piense y piense. Me acuerdo de la clase de teatro...

- Profe, es que yo pensé que podría hacer...
- No piense, haga - mirada de desconcierto - actúe.

No piense, escriba. Pero sobre qué, sobre qué escribir.

El domingo pasado me puse a pensar (beeeeppp, sonido de error de concurso) en una invitación que cordialmente me realizaron. Hace más de un mes, en este mismo blog está la huella, falleció una persona que conocía. Un hombre muy vital, lleno de energía, extremadamente racional y sin deseos de establecer relaciones convencionales de amor - bueno, al menos eso decía -. A través de D., los padres del finado invitaron a sus amigos más cercanos a tomar onces. Una forma de reunirse, de recordar al ausente y una manera para la madre de conocer a quienes rodeaban a su hijo.
He de admitir que me sentí profundamente ajeno, extraño, ante la misma invitación. Le dije a D., "si la señora me pregunta algo sobre su hijo, no sabría qué decirle". Era cercano al hombre de la sonrisa ancha, como quien conoce a alguien y lo estima a lo largo de los encuentros sostenidos gracias a D., de modo que no tenía... cómo decirlo... una amistad autónoma con él, una amistad que tuviera su propia vida. Era una amistad dependiente de las circunstancias. O bueno, así lo siento aún ahora que ya no está. Le dije a D. que agradecía la invitación pero que pasaba por esta vez.
Si lo pienso bien (beeeeppppp) lo que más me hizo retroceder fue mi "capotismo". En el fondo, sentí un deseo morboso de asistir para tratar de comprender de qué forma un encuentro como éste podía ayudar a una madre a elaborar un duelo por su hijo ausente. De qué manera las miradas nuestras sobre su hijo le permitierían reinventarlo, relevantarlo, redibujarlo, reconstruirlo, reestructurarlo, reecontrarse con él... o qué esperaba de nosotros, de ese momento - hasta me sentí un tanto usado -. De manera casi inmediata, y en voz interna, le llamé al encuentro: "Las onces fúnebres". Lo que me habría llevado a la sala de esa casa hubiera sido la curiosidad literaria y por esta vez me sentí bastante incómodo de dejarme arrastrar.
Mi curiosidad literaria no es perversa, ni oscura, eso creo. Pero me ha llevado a experimentar circunstancias muy gratas y algunas que en sí mismas no son placenteras, pero a posteriori me dan la satisfacción de la experiencia, de haberlo vivido en mi propia carne (en mi propia piel). Por esta ocasión, al fondo del pasillo interior, allá donde termina el túnel que separa la intencionalidad de la acción, vi un rostro extraño que sobaba una mano contra la otra y sonreía, mientras susurraba "hmmm, unas onces fúnebres". Le cerré la puerta en la cara.
Lo sé, no se trata de eso, de encerrarlo, para eso abrí estas puertas y ventanas punto blogspot, para fomentar su libertad, pero en esta ocasión, el hombre de la sonrisa amplia merecía el respeto de mi lado más solenme...

P.D: El día de hoy, uno de los asistentes decidió añadir en su facebook las fotografías de las mentadas onces. El hombre de la sonrisa ancha solía decorar su casa de manera prodigiosa y exhuberante en las diferentes fechas especiales del año. Teniendo en cuenta la actual temporada de disfraces, él hubiera puesto en puertas, paredes y ventanas muchas clases de fantasmas, brujas, telarañas con sus respectivos arácnidos, calabazas y otros insignes compañeros de momento. Al parecer, en esta ocasión lo hizo la madre en su honor y los asistentes aparecían rodeados de tan siniestra decoración. Si antes, había nombrado secretamente la situación como onces fúnebres, ahora quedaba genuinamente bautizada.

Hubiera sido poco confortable para mi tranquilidad, estar rodeado de personas con un profundo dolor por su muerte y de fantasmas y brujas que en su sonrisa torcida, guardaran la mueca de la sorna ante el cinismo de la situación.

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